miércoles, 10 de septiembre de 2008

Ya decía yo


Los renglones torcidos de Dios nos dejan, como no, una justicia de mercadillo. En cualquier caso, quería confirmar mi precario estado laboral y adjudicarlo a aquel pequeño lapsus hormonal de cuando besé a una chica (ya ni me acuerdo). Mi pequeño infierno se podría atribuir también a la rueda de la fortuna de nuestro amigo Ignatius, pero entiendo que, definitivamente, la iglesia conoce mejor que cualquiera los designios de nuestro señor. Propongo que dejemos de besarnos. Seamos todos castos como el corderito de esta 'iglesia de la esquina de Havens'.

¡ALELUYA, HERMANOS!